COVID-19: El año después

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Las implicaciones de la disrupción social y económica sin precedentes de la pandemia de COVID-19 no son fáciles de prever. El seminario que celebramos el 4 de mayo exploró las prioridades a corto plazo para proteger la salud frente a los cambios sociales que se vienen, tanto los que son debidos directamente a la pandemia, como los que se deben indirectamente a la respuesta que articulemos como sociedad.

La sesión fue organizada por Robert Barouki, especialista en los efectos de los contaminantes ambientales en la salud humana, que trabaja en el INSERM (París), y también es el líder del programa europeo Health Environment Research Agenda (HERA).

Para este interesante seminario, tuvimos la oportunidad de escuchar una introducción a cargo de Manolis Kogevinas, Director Científico de la distinción Severo Ochoa en ISGlobal; a Joel Kaufman, profesor, médico y epidemiólogo de la Universidad de Washington (Seattle, EE. UU.); Mark Nieuwenhuijsen, director de la iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud de ISGlobal; y Elisa Sicuri, economista y profesora asistente de investigación de ISGlobal.

Según la presentación de Manolis Kogevinas, aunque existe una conexión compleja y existen muchas teorías sobre cómo ocurrió esta pandemia, la destrucción de los ecosistemas sin duda está ligada a la aparición de nuevas infecciones. La pregunta es: ¿cómo podemos utilizar esta situación para promover, después de la pandemia, una sociedad más igualitaria y sostenible?

En palabras de Joel Kaufman, las observaciones ahora muestran que la disminución de la actividad humana ha resultado en una reducción de las emisiones antropógenas, mejorando la calidad del aire y disminuyendo las emisiones de gases de efecto invernadero.

Hay una clara evidencia de que es posible reducir las emisiones, particularmente en el tráfico rodado, por lo que se abre una ventana hacia un futuro más sostenible en el que los ciudadanos pueden avanzar hacia fuentes energéticas sostenibles. Esto ayudaría no solo a mejorar el planeta, sino también la salud de las personas: en muchas áreas, los centros de salud se han visto extrañamente despejados de otras enfermedades que no fueran la COVID-19.

Históricamente, existe un conflicto entre el desarrollo económico o la prosperidad y las medidas de protección ambiental que enfatizan la salud pública y la calidad de vida. Se trata de una narrativa persistente, que, sin embargo, no está respaldada por la evidencia científica.

Es posible producir cambios de comportamiento. Lo hemos visto.

Joel Kaufman

Según Mark Nieuwenhuijsen, debido a las medidas de distanciamiento físico, las ciudades han comenzado ya a pensar en hacer cambios  estructurales y también a preguntarse cómo utilizar el espacio disponible. En una ciudad como Barcelona, por ejemplo, el 60% del espacio público lo utilizan los coches, dijo. Aunque es fácil pensar que el uso de un automóvil es bueno para el distanciamiento físico, también es cierto que no hay sitio para ampliar el parque de coches y que cada persona tenga uno en la ciudad: eso generaría muchos problemas. De hecho, las principales ciudades quieren que los coches no entren. Por ejemplo, París está tratando de mantener el automóvil fuera del área urbana y está introduciendo más espacio para carriles peatonales y ciclistas. Milán también está tratando de cambiar su espacio público para fomentar los desplazamientos a pie o en bicicleta. Los espacios verdes son muy importantes y beneficiosos para la salud, pero en general también faltan en las ciudades.

Lo que se necesita son enfoques sistémicos, dijo Mark, es decir enfoques que aborden diferentes problemas a la vez: salud, habitabilidad, sostenibilidad, cambio climático y equidad… Y a partir de ahora también se deberá incluir la COVID-19, destacó. Por supuesto, esto tendrá un coste, pero la inversión merecerá la pena para salvar vidas a largo plazo creando espacios más agradables y sociedades sostenibles. ¿Es esto posible? Mark se mostró convencido de que sí, y puso como ejemplos Seúl y Liverpool, dos ciudades que han experimentado grandes cambios en los últimos años.

La economista Elisa Sicuri compartió que tanto los países de rentas altas como los de rentas medianas y bajas comparten una misma situación ante la COVID-19: alto riesgo de infecciones, ausencia de vacunas, falta de tratamientos, alta proporción de casos graves y una mortalidad bastante alta. Sin embargo -destacó- también es cierto que tanto la COVID-19 como las medidas de salud pública para evitar la transmisión de la infección (encierro, distanciamiento social) están afectando de manera desproporcionada a los más pobres.

¿Cuáles serán entonces los efectos más probables de la COVID-19 en los países de rentas medias y bajas? Existen algunas evidencias de EE. UU. y Gran Bretaña que afirman que el impacto indirecto de COVID-19 se concentrará especialmente en minorías étnicas específicas. Si estas personas pierden su trabajo, sus remesas no serán enviadas a África Subsahariana, provocando empobrecimiento también en sus países de origen. A cortísimo plazo -dijo- es necesario activar una red de seguridad: transferencias monetarias, bajas, subsidios sanitarios… Esto es algo que se debería de hacer ya, independientemente de la COVID-19, aunque lamentablemente, en muchos países todavía no se ha hecho.

· RELATO COMPLETO ·
Speakers

MANOLIS KOGEVINAS

MARK NIEUWENHUIJSEN

ELISA
SICURI

Presentaciones

Introducción al seminario.

Manolis Kogevinas

Contaminación del aire y otras exposiciones ambientales.

Joel Kaufman

Avanzar hacia entornos urbanos más resilientes y que promuevan la salud.

Mark Nieuwenhuijsen

No hay una talla única: prioridades para los países de ingresos bajos y medianos.

Elisa Sicuri

Preguntas y respuestas (en inglés)

Mark Nieuwenhuijsen (ISGlobal) respondió algunas de las preguntas formuladas por el público antes y durante la sesión.

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