El contrato inclusivo: cómo fue el encuentro de la iniciativa “La diversidad que somos” en Soria

El reciente encuentro en Soria de la iniciativa La Diversidad que Somos abrió un diálogo absolutamente necesario y urgente en torno a la siguiente pregunta: ¿se están perpetuando formas de racismo estructural bajo la fachada de un contrato social universal?

En las intervenciones de Rita Bosaho, Marita Zambrana y Ximena Zambrana, en una mesa moderada por Gonzalo Fanjul, emergieron diferentes narrativas a través de las que repensar las bases mismas sobre las que se sostienen nuestras estructuras sociales. El concepto de «contrato racial», discutido durante el encuentro, arroja luz sobre cómo las sociedades occidentales han construido jerarquías de humanidad, donde las personas racializadas son sistemáticamente excluidas. 

Rita Bosaho subrayó que el racismo no es un acto aislado, sino una lógica sistémica que organiza nuestras instituciones, leyes y mentalidades. No se trata solo de discriminación, sino de una deshumanización que coloca a ciertos cuerpos fuera del espectro de lo «plenamente humano». En esta línea, Marita Zambrana abordó la racialización como un proceso biopolítico: la construcción de la «raza» como categoría define lo que es deseable y lo que no lo es, quién merece vivir plenamente y quién es relegado a sobrevivir. Este sistema no es natural ni inevitable, sino profundamente arraigado en un legado colonial que sigue operando bajo nuevas formas.

El racismo estructural en España no puede entenderse sin un análisis histórico que contemple las raíces coloniales y el silenciamiento de estas memorias. Ximena Zambrana destacó que el racismo es una relación de poder sostenida por instituciones, pero también por una colonización mental que moldea cómo nos percibimos a nosotros mismos y a los demás.

Es aquí donde radica el reto de descolonizar nuestras estructuras sociales: implica no sólo reconocer la diversidad, sino transformar las bases que perpetúan la exclusión. Esto incluye revisar los espacios de poder, especialmente en la educación, donde las diversidades siguen sin ser gestionadas de manera inclusiva. Se destacó también que las leyes de inclusión, por sí solas, no garantizan justicia cuando las estructuras de poder permanecen intactas. Como se discutió, la invisibilidad de las personas racializadas en espacios de decisión no es casual, sino un síntoma de una exclusión más amplia y profundamente enraizada.

La política pública, la cultura y el trabajo emergieron como herramientas esenciales para transformar esta realidad. Sin embargo, estas herramientas solo serán efectivas si se utilizan para cuestionar y redistribuir el poder, no solo para «incluir» a las personas racializadas en un sistema que ya está diseñado para excluirlas.

Lo que este encuentro dejó claro es que cualquier conversación sobre un contrato social debe abordar las desigualdades raciales como un eje central. Partiendo de la idea de que construir una sociedad más inclusiva no es un gesto de benevolencia sino una exigencia ética para desmantelar las injusticias que sustentan nuestra convivencia. 

El contrato inclusivo: cómo fue el encuentro de la iniciativa “La diversidad que somos” en Soria

El reciente encuentro en Soria de la iniciativa La Diversidad que Somos abrió un diálogo absolutamente necesario y urgente en torno a la siguiente pregunta: ¿se están perpetuando formas de racismo estructural bajo la fachada de un contrato social universal? En las intervenciones de Rita Bosaho, Marita Zambrana y Ximena Zambrana, en una mesa moderada por Gonzalo Fanjul, emergieron diferentes narrativas a través de las que repensar las bases mismas sobre las que se sostienen nuestras estructuras sociales.

El concepto de «contrato racial», discutido durante el encuentro, arroja luz sobre cómo las sociedades occidentales han construido jerarquías de humanidad, donde las personas racializadas son sistemáticamente excluidas. Rita Bosaho subrayó que el racismo no es un acto aislado, sino una lógica sistémica que organiza nuestras instituciones, leyes y mentalidades. No se trata solo de discriminación, sino de una deshumanización que coloca a ciertos cuerpos fuera del espectro de lo «plenamente humano».

En esta línea, Marita Zambrana abordó la racialización como un proceso biopolítico: la construcción de la «raza» como categoría define lo que es deseable y lo que no lo es, quién merece vivir plenamente y quién es relegado a sobrevivir. Este sistema no es natural ni inevitable, sino profundamente arraigado en un legado colonial que sigue operando bajo nuevas formas.

El racismo estructural en España no puede entenderse sin un análisis histórico que contemple las raíces coloniales y el silenciamiento de estas memorias. Ximena Zambrana destacó que el racismo es una relación de poder sostenida por instituciones, pero también por una colonización mental que moldea cómo nos percibimos a nosotros mismos y a los demás.

Es aquí donde radica el reto de descolonizar nuestras estructuras sociales: implica no sólo reconocer la diversidad, sino transformar las bases que perpetúan la exclusión. Esto incluye revisar los espacios de poder, especialmente en la educación, donde las diversidades siguen sin ser gestionadas de manera inclusiva. Se destacó también que las leyes de inclusión, por sí solas, no garantizan justicia cuando las estructuras de poder permanecen intactas. Como se discutió, la invisibilidad de las personas racializadas en espacios de decisión no es casual, sino un síntoma de una exclusión más amplia y profundamente enraizada.

La política pública, la cultura y el trabajo emergieron como herramientas esenciales para transformar esta realidad. Sin embargo, estas herramientas solo serán efectivas si se utilizan para cuestionar y redistribuir el poder, no solo para «incluir» a las personas racializadas en un sistema que ya está diseñado para excluirlas.

Lo que este encuentro dejó claro es que cualquier conversación sobre un contrato social debe abordar las desigualdades raciales como un eje central. Partiendo de la idea de que construir una sociedad más inclusiva no es un gesto de benevolencia sino una exigencia ética para desmantelar las injusticias que sustentan nuestra convivencia.